Pasajes de la Biblia
Lecturas: Is 50, 4-7, Flp 2, 6-11
Salmo responsorial: Sal 22
Evangelio: Mc 11, 1-10, 14, 1-15:47
Minicat
Con el Domingo de Ramos entramos en la Semana Santa; en la que desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo siguiente, día de Pascua de Resurrección, acompañamos a Jesús desde su entrada a Jerusalén, pasando por su crucifixión y descenso a los infiernos, hasta su resurrección.
Desde el Domingo de Ramos, sin embargo, todo es cuesta abajo a medida el tiempo avanza. Jesús entra en Jerusalén, donde es inicialmente recibido como un rey, pero la misma muchedumbre que ahora grita “Hosanna!” estará gritando “Crucifícalo, ¡crucifícalo!” el viernes.
En Roma, conocí a una mujer musulmana que había estudiado el Corán, pero sentía curiosidad sobre las creencias cristianas. Un amigo mío le consiguió una entrada para asistir a una Misa Papal en la Plaza de San Pedro en Domingo de Ramos. Ella tuvo algo de dificultad en ingresar a la Plaza con su velo, pero eventualmente lo logró. Se levantó para el Evangelio como todos los demás asistentes y escuchó toda la lectura de la Pasión de Jesús, desde su arresto hasta su muerte. Conforme escuchaba, se sintió tocada, comenzó a llorar y su corazón se derretía de compasión hacia este Jesús que ella ni siquiera conocía. De repente, miró a su derecha e izquierda y observó que los cristianos se encontraban sentados masticando goma de mascar, mirando al cielo y mostrándose sin mayor impresión ante la historia de sufrimiento. Cuando nos encontramos nuevamente, le preguntamos sobre su experiencia con la Santa Misa, a lo cual respondió, “¡Qué sin corazón son ustedes los cristianos! ¡Cómo pueden escuchar esta historia sin llorar! ¡Es terrible!”
Afortunadamente no somos tan sin corazón como aquellos en la Plaza de San Pedro, pero si somos honestos, debemos admitir que nos hemos vuelto algo indiferentes porque estamos familiarizados con la pasión de Jesús. Por esto, esta semana, escuchemos estos textos como si estuviéramos escuchándolos por primera vez y pongámonos en los zapatos de Jesús. Para ayudarnos, hay dos textos del Antiguo Testamento en las lecturas del Domingo de Ramos, estos son del Libro de Isaías y el Salmo 22, ambos son literalmente profecías del sufrimiento de Jesús.
En el libro de Isaías, hay cuatro textos conocidos como Cánticos del Siervo, todos pueden ser escuchados en diferentes días de la Semana Santa. Estos Cánticos son acerca de un siervo de Dios que será Cristo mismo y debe sufrir todo lo que allí se describe en servicio del Padre. El cántico que escuchamos en domingo de Ramos, Isaías 50, 4 menciona: “El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo…” En el periodo que lleva al Domingo de Ramos, usualmente escuchamos a Jesús decir, “Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar.” (Juan 12,49). El verdadero profeta es el que proclama solo la palabra de Dios y no su propio mensaje. El mensaje de un hombre no puede salvarnos. En lo que estamos interesados es en lo que el Padre tiene para decirnos. Jesús nos proclamó esto –lo que llevó a la gente a querer matarlo. “El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.” (Is 50,5). Esto expresa Jesús voluntariamente acudiendo a su muerte. “Ofrecí mi espalda a los que golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba” (v. 6). Jesús no era simplemente azotado, sino que el mismo ofrecía su espalda por ellos, y a los que arrancaron su barba y le golpearon su mejilla. “No retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.” (v. 6b). Aquellos que han podido visitar Oriente pueden conocer como las personas allá pueden escupir. En la película “La Pasión” puedes ver como escupen a Jesús. Una mística, Ana Catalina Emmerich, narra en una de sus visiones como sus escupitajos caían incluso en sus labios. “Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido” (v. 7). Esta es la actitud interior de Jesús a través de su juicio. “Endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.” (v. 7b). Jesús conscientemente toma estos sufrimientos sobre sí mismo, sabiendo que el Padre quien absuelve está cerca de Él. Las palabras de Jesús, al hablarle a sus enemigos, “Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar?” (v. 9). Nadie, ni Pilato, ni alguna suprema corte. Jesús es totalmente inocente, y dado que es inocente, él sabe que se levantará de nuevo de la muerte. “Todos ellos se gastarán como un vestido, se los comerá la polilla.” (v. 9b). Cualquiera que haya tenido ropas comidas por las polillas, sabe que significa esto. No queda nada. Y esto es lo que pasará con los enemigos de Dios que se levantan contra Jesús en este juicio. Pero Jesús los ama y entrega su propia vida por aquellos que lo matan (cf. Jn 3,17, 12,47). Lee el Salmo 22, medítalo en la Santa Misa. El Salmo literalmente profetiza el sufrimiento que Jesús experimenta en la cruz. Será escuchado de nuevo en la liturgia del Viernes Santo. ∎