¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! Después de 46 días de marcha por el desierto de la Cuaresma, hoy hay un mensaje de Pascua: ¡Cristo ha resucitado!
Hay tres palabras en la lectura de hoy: En el Evangelio, tomado como todos los años del Evangelio de Juan, María Magdalena, como la esposa del Cantar de los Cantares, llega por la mañana cuando aún estaba oscuro, buscando a su amado y vio la losa quitada del sepulcro. Ella corre donde Pedro y Juan y les dice, “Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto.” (Jn 20,2).
Pedro y Juan corren. Juan corre más rápido. ¿Por qué? Porque Juan es quien descansó en el Corazón de Cristo en la Última Cena y está tan lleno de la plenitud del amor del Sagrado Corazón de Jesús que se le considera el discípulo del amor de todos los tiempos. El amor corre más rápido.
Pedro tarda un poco más y por eso Juan llega primero, pero deja que Pedro vaya primero. Aquí, como en otros pasajes del Evangelio, ya se ve arraigada la primacía de Pedro: el amor deja paso al oficio. Pedro va primero, Juan le sigue.
Juan ve los lienzos tendidos y cree. Cree sin ver al Resucitado. Solo la tumba vacía es suficiente para él, a diferencia de Tomás que dirá, “Si no le veo en las manos la marca de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré.” (Jn 20,25). Juan cree sin ver. “Bienaventurados los que sin haber visto hayan creído.” (Jn 20,29).
Pedro debe ser el primer testigo de la resurrección. En el Nuevo Testamento, en la Primera carta a los Corintios, dice: “que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas, y después a los doce. (…) Y en último lugar, se me apareció también a mí.” (1 Cor 15,4-5.8). Así como Pedro es el primero en dar testimonio de la divinidad de Cristo (cf. Confesión y primado de Pedro en Mt 16, 13-20) y Jesús le dijo en respuesta, “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.” (Mt 16, 18); entonces la primera tarea de Pedro es dar testimonio de la resurrección de Cristo.
Esto es precisamente lo que hace cuando se presenta ante los judíos. De hecho, en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles le escuchamos decir, “Ha enviado su palabra a los hijos de Israel, anunciando el Evangelio de la paz por medio de Jesucristo, que es Señor de todos. Vosotros sabéis lo ocurrido por toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo a Jesús de Nazaret le ungió Dios con el Espíritu Santo y poder, y cómo pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.” (Hch 10,36-38).
A continuación, habla de lo que llamamos el Kerygma: Aquello que es esencial tener interiorizado como cristiano, el centro de la fe. Esto es, que Jesús murió en la cruz por nuestros pecados, que el Padre lo resucitó al tercer día, lo nombró juez de vivos y muertos, y que el perdón de los pecados es dado en su nombre a todos los que creen en Él. (cf. Hch 10, 39-43).
Así que los cuatro puntos más importantes para un cristiano no son los 10 mandamientos ni ninguna otra ley moral. Aunque nuestro mundo humano está lleno de moral, el mensaje más importante de Cristo es diferente:
Cristo murió por nuestros pecados.
Resucitó de entre los muertos.
Es juez de vivos y muertos.
Todo el que cree en Él obtiene el perdón de sus pecados en su nombre.
La salvación nos es dada solo en el nombre de Jesucristo. Por lo tanto, el nombre de Jesús es sagrado para nosotros. Cada vez que pronunciamos el nombre de Jesús, experimentamos la sanación que nos da en su nombre. “Porque si confiesas con tu boca: «Jesús es Señor», y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, te salvarás.” (Rom 10,9). ¡AMÉN! ∎